Entre 1999 y 2003 se estrenaron los tres filmes de la exitosa saga del cine norteamericano "Matrix". Diez años después, en plena pandemia de la gripe H1N1, el cine norteamericano nos volvió a ofrecer una especie de versión “recargada” de esa clásica saga con la película “Surrogates” (“Identidad Sustituta”).
Con otro eje argumental, es decir sin compartir la visión futurista de la lucha entre el hombre y la máquina que nos mostraron “Matrix” y “Terminator”, “Surrogates” volvía a enfatizar la existencia de dos mundos: uno virtual (más soft en “Matrix” y más hard en “Surrogate”) y el real.
Con una permanente recurrencia simbólica al libre albedrío, “Matrix” muestra que los humanos podemos elegir entre vivir la realidad, liberándonos de la esclavitud de las máquinas, u optar por aceptar la "comodidad" de una realidad virtual echa a medida. Total, como dice Morfeo en “Matrix”, “la realidad son impulsos eléctricos que tu cerebro interpreta”.
Los avances tecnológicos de los últimos años están haciendo realidad la metáfora que la saga llevó a la pantalla grande.
La masificación de internet y servicios como banda ancha y la TV digital, junto a las modernas PC, tablets, notebooks, consolas de videojuegos que trabajan bajo el concepto de realidad virtual y los smartphones, en los que la telefonía ya es sólo una anécdota, nos conectan cada vez más a esa “otra” realidad.
El teletrabajo, el home banking, los portales donde podemos comprar y vender de todo, como “Mercado Libre”, y el “delivery” de los productos y servicios que se nos ocurran, están realizando el sueño de Howard Hughes, de que las personas no tengan que salir de sus viviendas para comer, entretenerse, informarse, producir, relacionarse y participar.
Las redes sociales como Facebook, Google +,Twitter, etc. nos permiten interactuar con personas de todo el planeta y exhibir nuestra privacidad públicamente, al mismo tiempo que la reinventamos, mostrando no sólo lo que elegimos publicar y ocultando lo que nos desagrada de nosotros mismos, sino también permitiéndonos reescribir nuestras vidas, nuestro presente e imaginar un futuro distinto: todo por supuesto en la “Mátrix”.
Cada vez más las “noticias” surgen de las redes virtuales, con la apariencia de estar revolucionando el acceso a la información en forma cada vez más democrática. Exitosas campañas de marketing, comerciales y políticas, declaraciones de amor, rupturas matrimoniales, despidos, todo se produce y se exhibe en la web.
Y así muchas veces les creemos más a esa “otra realidad” que a la de carne y hueso y hasta podemos condenar públicamente a una persona por declaraciones en la web que no sabemos siquiera si fueron escritas por él, o fue la lógica perversa de los 140 carácteres que distorsionó la intención del mensaje.
¿Un individuo puede tener personalidades distintas en la vida real y en la virtual? ¿Thomas Andersson es distinto a Neo? ¿Le estamos dando la razón a Max Weber sobre la posibilidad de impersonalizar al burócrata separando su identidad personal de la organizacional?
Y nuevamente caemos en la “verdad” de Homero Simpson: “si no está en la televisión no existe”.
En la serie norteamericana futurista de los ochenta, Max Headroom, a los terroristas que se sublevaban contra el régimen opresor los identificaban por tener un televisor con botón de apagado. ¿Qué pasa si es cierto que Internet agotará su capacidad en un futuro? ¿Nos desplomaremos como los sustitutos de “Surrogate” o nos liberaremos de la opresión de las máquinas como los rescatados de la “Matrix”?
¿Por que en la ficción terminamos poniendo como enemigos de la humanidad a la tecnología que hoy parece hacernos cada vez más confortable nuestras vidas?
¿Y porque parece cada vez más cierta la frase que dice que “la realidad supera la ficción”?
Con una permanente recurrencia simbólica al libre albedrío, “Matrix” muestra que los humanos podemos elegir entre vivir la realidad, liberándonos de la esclavitud de las máquinas, u optar por aceptar la "comodidad" de una realidad virtual echa a medida. Total, como dice Morfeo en “Matrix”, “la realidad son impulsos eléctricos que tu cerebro interpreta”.
Los avances tecnológicos de los últimos años están haciendo realidad la metáfora que la saga llevó a la pantalla grande.
La masificación de internet y servicios como banda ancha y la TV digital, junto a las modernas PC, tablets, notebooks, consolas de videojuegos que trabajan bajo el concepto de realidad virtual y los smartphones, en los que la telefonía ya es sólo una anécdota, nos conectan cada vez más a esa “otra” realidad.
El teletrabajo, el home banking, los portales donde podemos comprar y vender de todo, como “Mercado Libre”, y el “delivery” de los productos y servicios que se nos ocurran, están realizando el sueño de Howard Hughes, de que las personas no tengan que salir de sus viviendas para comer, entretenerse, informarse, producir, relacionarse y participar.
Las redes sociales como Facebook, Google +,Twitter, etc. nos permiten interactuar con personas de todo el planeta y exhibir nuestra privacidad públicamente, al mismo tiempo que la reinventamos, mostrando no sólo lo que elegimos publicar y ocultando lo que nos desagrada de nosotros mismos, sino también permitiéndonos reescribir nuestras vidas, nuestro presente e imaginar un futuro distinto: todo por supuesto en la “Mátrix”.
Cada vez más las “noticias” surgen de las redes virtuales, con la apariencia de estar revolucionando el acceso a la información en forma cada vez más democrática. Exitosas campañas de marketing, comerciales y políticas, declaraciones de amor, rupturas matrimoniales, despidos, todo se produce y se exhibe en la web.
Y así muchas veces les creemos más a esa “otra realidad” que a la de carne y hueso y hasta podemos condenar públicamente a una persona por declaraciones en la web que no sabemos siquiera si fueron escritas por él, o fue la lógica perversa de los 140 carácteres que distorsionó la intención del mensaje.
¿Un individuo puede tener personalidades distintas en la vida real y en la virtual? ¿Thomas Andersson es distinto a Neo? ¿Le estamos dando la razón a Max Weber sobre la posibilidad de impersonalizar al burócrata separando su identidad personal de la organizacional?
Y nuevamente caemos en la “verdad” de Homero Simpson: “si no está en la televisión no existe”.
En la serie norteamericana futurista de los ochenta, Max Headroom, a los terroristas que se sublevaban contra el régimen opresor los identificaban por tener un televisor con botón de apagado. ¿Qué pasa si es cierto que Internet agotará su capacidad en un futuro? ¿Nos desplomaremos como los sustitutos de “Surrogate” o nos liberaremos de la opresión de las máquinas como los rescatados de la “Matrix”?
¿Por que en la ficción terminamos poniendo como enemigos de la humanidad a la tecnología que hoy parece hacernos cada vez más confortable nuestras vidas?
¿Y porque parece cada vez más cierta la frase que dice que “la realidad supera la ficción”?
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