Muchos creen la crisis global es fruto de la "codicia de algunos". Sin embargo, en el fondo, posiblemente se trate de una manifestación de las fallas del modelo gerencial norteamericano...
Por Julián D’Angelo
Luego de la explosión financiera norteamericana y su terrible efecto dominó en la economía global algunos pretenden circunscribirla a un escenario macroeconómico similar a la crisis del '30 de la cual se salió con el keynesianismo, la Segunda Guerra Mundial y el estado benefactor.
Pero, más allá de la recurrente referencia a la codicia de "algunos", que el mismo Barack Obama citó en su discurso de asunción como presidente de los Estados Unidos, poco se habla del fracaso de un modelo gerencial que llevó a la quiebra a empresas con más de un siglo de vida. Se habla de las consecuencias de la ausencia del Estado y de la falta de regulaciones y se enfoca en los salvatajes millonarios y la formulación de políticas públicas activas.
Si en lugar de ver a esta crisis como novedosa, terminal y refundacional la viéramos como una expresión más de un ciclo que incluye los procesos de reingeniería y downsizing, la explosión de la burbuja de las puntocom, la quiebra de Enron y otras similares y ahora la crisis de las hipotecas subprime, miraríamos menos la codicia de algunos y las políticas públicas y nos detendríamos más en la matriz del modelo gerencial imperante.
Precisamente, hace seis años Peter Drucker sentenciaba que el management de alto nivel estaba en crisis y al mismo tiempo planteaba proféticamente que el modelo norteamericano estaba destinado al fracaso y que sólo funcionaba en épocas de prosperidad.
En una obra que anticipa la actual crisis desde el análisis del caso Enron y otros fraudes contemporáneos, Larry Elliot y Richard Schroth se detienen particularmente en el análisis de ese estilo de gestión.
Plantean que la cultura empresaria estaba por un lado regida por la innovación, por gente inteligente y por grandes ideas y, por el otro, por la ingeniería financiera y la avaricia.
Al mismo tiempo, destacan que la complejidad implícita en las grandes compañías globales muchas veces sirve de excusa para encubrir incompetencias o fraudes, y que los mismos líderes empresariales colaboran creando más complejidad.
Como define Jorge Etkin: "la complejidad es un enfoque que considera a la organización como un espacio donde coexisten orden y desorden, razón y sinrazón, armonías y disonancias". Pero, ¿cuán necesariamente complejas son o deben ser las organizaciones?
Para el caso sirve una anécdota cinematográfica. En la película "Acoso Sexual" (1994), cuyo trasfondo es la adquisición de una compañía informática (Digicom) por parte de la firma Conley-White, la Vicepresidente de Operaciones Avanzadas Meredith Johnson (interpretada por Demi Moore) desenmascarada por sus manejos turbios en torno a la operatoria se defiende diciendo: "Ustedes no comprenden, esta fusión gira en torno a la sinergia entre hardware y software, entre dinero líquido y capital", a lo que el CEO de la adquiriente responde ofuscadamente con simpleza que efectivamente no la entiende y que ellos compraron esa compañía "porque construye cosas".
De esta forma, debemos preguntarnos cuánto del actual modelo de conducción de las organizaciones es complejo por el carácter de las decisiones a tomar y cuánto por el desconocimiento de los decisores sobre la realidad del nuevo contexto.
Así, el management actual enfrenta nuevos desafíos a los cuales se debe dar necesariamente respuesta si queremos dar un nuevo salto cualitativo y cuantitativo en la capacidad de las organizaciones de ser eficientes y brindar las respuestas adecuadas.
Desde hace unos veinte años no existen nuevos enfoques en administración; hay nuevas técnicas o viejas técnicas rebautizadas con términos en idioma sajón, pero no nuevos abordajes. Hasta el desarrollo de la Teoría de la Organización en los años '60 los abordajes en administración eran excesivamente tecnocráticos y conductivistas.
Investigaban cómo funcionaban las organizaciones al mismo tiempo que buscaban fórmulas que tendieran a la eficiencia y el éxito de las mismas y, en consecuencia, universalizaban el conocimiento empírico de unas pocas prácticas aisladas de gestión.
Actuaban como el hechicero de una tribu que, sin conocer de anatomía y fisiología, diagnosticaba y trataba a su paciente sin saber mucho ni de él, ni de su enfermedad, ni de los efectos de la medicación. Recién hace unos cuarenta años, con las obras de Herbert Simon, la teoría de la administración comenzó a ocuparse de la anatomía, la fisiología y la psicología de las empresas, más que de la farmacología.
Y siguiendo con la misma metáfora, el desafío que se nos plantea hoy es ocuparse también de la genética de las organizaciones.
Julián D'Angelo
Docente de Administración General de la Facultad de Ciencias Económicas (UBA). Actualmente se desempeña como legislador de la Ciudad de Buenos Aires
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